Lo único significativo que podemos ofrecernos unos a otros es el amor. Ni consejos, ...
- sylviahatzl

- 30 oct 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 14 dic 2021
... ni preguntas sobre nuestras elecciones, ni sugerencias para el futuro, sólo amor. – Glennon Melton

El primer gran amor de mi vida fue Sor Fidelis. Tenía ocho años cuando se convirtió en mi maestra en el tercer grado de la escuela primaria. Recién salida de la universidad y con nuevas ideas sobre la psicología y la educación infantil, también era todavía novicia en el convento, por lo que aún no era una verdadera monja.
Lo primero que hizo fue reorganizar las mesas y las sillas: concretamente, en círculo. En realidad, no me importaba cómo nos sentáramos, mientras tuviera mi paz… Pero me gustaba Sor Fidelis. Era joven y bonita y siempre reía y atendía a todos los niños con atención y cariño. Ella y la maestra de la clase paralela, la Sor Angelika, estas dos estaban siempre rodeadas de un grupo de niños. Se reían todo el tiempo y siempre tomaban a un niño en serio. Todos los niños los adoraban. Y querían a los niños. Amé a la Sor Fidelis como sólo se puede amar de niño. Cuando la visité hace poco en el convento, ahora tiene 80 años, también me volví a enamorar por completo después de todos estos años de esta mujer cariñosa de corazón que se ríe todo el día.
No me consideraba revoltosa, descarada y perezosa, como casi todos los demás adultos, y no me regañaba. Me hablaba cuando hacía algo mal y me lo explicaba. En el informe escolar hablaba de mi de “soñadora” y “despistada”. Cuando le decía que algo me dolía, me creía, aunque a veces también intentaba hacerme reír con comentarios jocosos. Eso es lo que ocurrió cuando fuimos al albergue escolar en el Bosque de Baviera cuando tenía unos diez años.
Creo que éramos dos clases, las dos clases paralelas, y recuerdo bien que yo retozaba por los amplios prados con los demás niños… como siempre, quería marcar la pauta para jugar y ser jefe o rey, y algunas niñas ya me seguían el juego mientras les apetecía.
Lo que me gustaba hacer era deslizar en mis calcetines por el suelo de madera pulida frente a los dormitorios antes de irme a la cama por la noche. Cada vez me amonestaban por ello, ni siquiera escuchaba, y una tarde me clavé una gran astilla en la parte delante de la planta del pie. Ay, ¡¡eso fue un rugido de mi parte!!
Inmediatamente vinieron todos corriendo y la Sor Fidelis inspeccionó la herida, para decir: “Sí, es grave. Tendré que sacar la astilla. Ve a tu habitación, ¡ahora mismo voy! ¡Y llevaré el yodo para desinfectarlo!
Y grité aún más fuerte, porque no había nada que temiera más que el yodo (un desinfectante muy apreciado en aquella época), porque picaba terriblemente.
Así que me senté temblando y gimiendo en mi cama cuando la Sor Fidelis finalmente llegó. Sin embargo, en secreto, me gustaba tener toda su atención…
Tiró hábilmente la astilla bastante grande y luego vertió generosamente el líquido rojo anaranjado sobre la herida. Grité como una banshee. Las otras chicas se divirtieron con mi teatralidad y la Sor Fidelis mantuvo la calma en persona y se limitó a decir: “¡Sí, realmente eres como un chico! Ellos tampoco soportan el dolor.”
Se vendó la herida y volvió a salir: “¡Vete a la cama ya! Ahora mismo voy.”
Y como todas las noches, nos metimos en la cama esperando con alegría que Sor Fidelis viniera a darnos las buenas noches. Entró en todas las habitaciones, con todas las chicas. Se sentaba junto a cada cama para rezar una pequeña oración nocturna con cada una, antes de sonreír y bendecirlos con una cruz en la frente y una cariñosa palmada en la cabeza.
Viví todo el día para ese momento.



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