Todos somos los pedazos de lo que recordamos.
- sylviahatzl

- 4 jun 2022
- 2 Min. de lectura
Guardamos en nosotros las esperanzas y los miedos de quienes nos aman. Mientras haya amor y memoria, no hay verdadera pérdida.
– Cassandra Clare

Por Hazrat Inayat Khan
En el amor reside todo el conocimiento. Es el amor y el interés del hombre por las cosas lo que con el tiempo revela sus secretos, y entonces el hombre sabe cómo desarrollarlas, controlarlas y utilizarlas. Nadie puede conocer a nadie, por mucho que profese saber, excepto el amante, porque en ausencia de amor los ojos interiores están ciegos. Sólo están abiertos los ojos exteriores, que no son más que las gafas de los ojos interiores. Si la vista no es aguda, ¿de qué sirven las gafas? Por eso admiramos a todos los que amamos y somos ciegos a las buenas cualidades de los que no amamos. No es que éstos merezcan siempre nuestra desatención, sino que nuestros ojos, sin amor, no pueden ver su bondad.
Aquellos a los que amamos pueden tener también puntos malos, pero como el amor ve la belleza, nosotros vemos sólo eso en ellos. La inteligencia misma en su siguiente paso hacia la manifestación es el amor. Cuando la luz del amor se ha encendido, el corazón se vuelve transparente, de modo que la inteligencia del alma puede ver a través de él. Pero hasta que el corazón se enciende con la llama del amor, la inteligencia, que anhela constantemente experimentar la vida en la superficie, va a tientas en la oscuridad.
El amor está por encima de la ley, y la ley está por debajo del amor. No hay comparación entre ellos. Uno es del cielo y el otro de la tierra. Donde muere el amor comienza la ley. Por lo tanto, la ley nunca puede encontrar un lugar para el amor, ni el amor puede limitarse a sí mismo dentro de la ley, ya que una es limitada y la otra es tan ilimitada como la vida. El amante no puede dar ninguna razón de por qué ama a una determinada, pues hay una razón para todo, excepto para el amor.
El tiempo y el espacio están en manos del amor. Un viaje de millas se convertirá en unos pocos metros en presencia de la amada, y los metros se convierten en millas en su ausencia. Un día de separación en el amor equivale a mil años, y mil años de presencia de la amada no son ni siquiera tan largos como un día.
Si hay alguna influencia protectora en el mundo, no es otra que el amor. En todos los aspectos de la vida, dondequiera que encontremos protección, su motivo es siempre el amor, y nadie puede confiar en ninguna protección, por grande que sea, excepto la que ofrece el amor. Si un gigante asustara a un niño, éste diría: "Se lo diré a mi madre". La fuerza y el poder de cualquier hombre son demasiado pequeños en comparación con la protección del amor que la madre ofrece a su hijo.



Comentarios